El monte ya no sabe cómo pedir auxilio

España arde y los animales agonizan —asfixiados, carbonizados, abandonados— por la perturbación mental de algunos y la negligencia política de otros.

Cada año ocurre lo mismo, y no es casualidad. No es que les pille desprevenidos… Las comunidades autónomas tienen competencias plenas para gestionar las políticas de protección y bienestar para ellos dentro de su territorio, pero no tienen ni protocolos, ni intención, ni vergüenza.

La Ley 7/2023, de 28 de marzo, de protección de los derechos y el bienestar de los animales que entró en vigor en septiembre de 2023 establece medidas para garantizar su bienestar, reconociéndolos como seres sintientes. Entre sus disposiciones, incluye la obligación que tienen las autoridades de desarrollar protocolos de actuación para protegerlos en casos de emergencia.

¿Dónde están esos protocolos? En ningún sitio.

Los enterraron bajo toneladas de burocracia y desidia. Consienten año tras año que estos seres sigan padeciendo… Y no pagarán por ello. Ni siquiera dimitirán.

A los políticos no se les cae el pelo si no cumplen con sus responsabilidades, ¿por qué?

La triste realidad es que en agosto de 2025 siguen sin planes de emergencia que los protejan. ¿Quién los salva? Nadie, excepto la gente anónima, las protectoras, los rescatistas, los voluntarios que hacen lo que pueden. Son los que tratan de llegar antes de que sea tarde, antes de que los alaridos de angustia de los animales se apaguen con el fuego. Sin medios, ni respaldo, sin descanso, pero con un coraje que arde más que las llamas que intentan sofocar.

Los cargan en sus brazos y en sus coches, porque para los que no tienen voz no existen ambulancias. Además, son los que lloran sobre los cuerpos calcinados mientras salvan a los que están heridos, a los intoxicados y a los que no pueden volver. Son quienes improvisan refugios mientras los despachos oficiales permanecen a salvo, donde el ruido del aire acondicionado no deja oír el lamento animal, ni el crujido de los árboles quemándose, ni sentir el temblor del trote desesperado de las criaturas en estampida huyendo por el monte.

Porque si no ayudan ellos, ¿quién lo hará?

Mascotas acorraladas, fauna salvaje huyendo sin rumbo, ganado atrapado en un infierno… Nadie parece entender que el monte que se quema es su hogar, su comida, su mundo, su todo.  Que en ese lugar del que huyen dejan a sus crías, sus nidos, sus refugios… Los que se salvan se quedan sin nada. Y nadie responde.

Las administraciones los han abandonado.

A los que decís “primero las personas”, yo os digo: corred a ayudar a quien queráis, según vuestras posibilidades. No critiquéis ni estorbéis a quienes quieren salvar también a los animales. Porque salvar una vida no es algo que necesite justificación, y menos ante los que no hacen nada por nadie.

Lo que sí necesita explicación — y no la tiene — es el abandono institucional.

La inacción no es un error: es una decisión y una forma de complicidad.