Voces que eligieron el silencio

Un silencio lo inunda todo. Es el silencio que dejaron tras de sí escritoras que alguna vez desnudaron sus almas sobre el papel, y que, un mal día decidieron silenciarse para siempre.

Este texto explora las vidas truncadas de escritoras que, pese a su inmensa capacidad para iluminar el mundo con sus palabras, no hallaron luz suficiente para el suyo.

La vida les pesaba…

Sus historias nos invitan a reflexionar sobre la fragilidad del espíritu creativo y la oscuridad que a veces acecha a las mentes más brillantes.

La vida de la francesa Renée Vivien (1877-1909), la "Musa de las Violetas", fue un torbellino de viajes, excesos y amores intensos —incluyendo relaciones lésbicas marcadas por celos e infidelidades. Atravesó ciclos de profundas crisis emocionales y dinámicas de “hoovering” y “monos voladores”. Sufrió pérdidas que la sumieron en episodios de desesperación. Las adicciones y una persistente depresión la llevaron a desarrollar tendencias suicidas, incluyendo, al menos, un intento de envenenamiento. Finalmente, su salud se quebró por una grave afección pulmonar, agravada por la anorexia y su fragilidad general. Se fue, pero nos dijo que “Hay perfumes tan tristes que hacen llorar al corazón”.

Sara Teasdale (1884–1933) también se cansó de vivir. Tras su divorció se volvió irritable y solitaria. Contrajo una neumonía de la que nunca se recuperó, y se suicidó con una sobredosis de barbitúricos. No sé a quién le dijo esto, pero mirad que bello:

“Cuando yo muera, y sobre mí abril brillante
sacuda su cabello empapado de lluvia,
aunque te inclines sobre mí con el corazón roto,
ya no me importará”

Alfonsina Storni (1892–1938) tenía cáncer de mama. Se sometió a una mastectomía, pero regresó y decidió no someterse a más tratamientos invasivos. Es muy probable que el inminente deterioro físico fuese abrumador y que contribuyese a su triste decisión. En su último poema, "Voy a dormir", al diario La Nación, ha llevado a muchos a interpretarlo como una despedida:

Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fiel,

tenme dispuesta las sábanas tersas

y el edredón de musgos olorosos.

 

Voy a dormir, nodriza mía, duerme.

Pónme una lámpara a los pies de la cama;

una constelación; la que te guste;

todas son buenas; bájala un poquito.

Se suicidó arrojándose al mar. Su cuerpo fue encontrado en la playa horas después.

Marina Tsvietáieva (1892–1941) tenía un gran talento, pero su vida estuvo condicionada por años de exilio, el hambre, la muerte de una de sus hijas por inanición, la persecución política: la ejecución de su marido, sus otros hijos en campos de trabajo... Sola y desesperada, se suicidó ahorcándose con una cuerda en la casa donde estaba evacuada. Su legado poético sobrevivió al paso tiempo, como testigo de una voz que no pudo salvarse a sí misma:

Sé lo que es la nada.
Sé lo que es el vacío.
Sé lo que es no ser.

Virginia Woolf (1882–1941) estuvo señalada por el trauma infantil, la pérdida de su madre y una lucha constante contra la depresión. Su lucidez creativa contrastaba con su fragilidad emocional. Abrumada, se suicidó llenando sus bolsillos de piedras y adentrándose en el río. En una de sus cartas de despedida, escribió: “No puedo seguir luchando”.

“La muerte es el enemigo. Contra ti me lanzaré, invicta e inflexible—¡Oh Muerte!”

Ingeborg Bachmann (1926–1973), vivió afectada por el trauma del nazismo, relaciones amorosas destructivas y una profunda lucha interna con la identidad, el amor y el dolor. Murió a causa de un incendio provocado mientras dormía bajo los efectos de los barbitúricos. Aunque no fue un suicidio declarado, muchos interpretan su muerte como el desenlace de una vida lastimada. En su poesía escribió: “La verdad es insoportable. / El sueño no consuela”.

Assia Wevill (1927–1969) vivió a la sombra del trágico triángulo amoroso con Ted Hughes y Sylvia Plath. Su vida estuvo definida por el desarraigo, la culpa y la presión de una relación tóxica. Se suicidó en su casa junto a su hija Shura, de cuatro años, abriendo el gas en la cocina tras ingerir somníferos. En sus versos dejó escrito: “La soledad es un cuarto sin ventanas, donde sólo entra la voz del pasado.”

Sylvia Plath (1932–1963), de talento deslumbrante, vivió marcada por la pérdida de su padre en la infancia, su lucha contra la depresión y una relación turbulenta con el poeta Ted Hughes. Se quitó la vida abriendo el gas, mientras sus hijos dormían en la habitación contigua, cuya puerta había sellado con toallas, preservándolos así del fatal desenlace. Plath dejó una obra donde el dolor se convierte en arte. En uno de sus versos más conocidos escribió:

“Morir es un arte, como todo. Yo lo hago excepcionalmente bien.”

Si miramos con atención, descubrimos la misma herida en estas dos mujeres, dos escritoras, dos destinos calcados. Ambas amaron al mismo amor. Ambas abrieron el gas. Como si la asfixia fuese la única puerta posible para escapar de ese hombre.

Unica Zürn (1916–1970) vivió marcada por traumas infantiles, la inestabilidad emocional y una relación apasionada y destructiva con el artista Hans Bellmer. Sufría esquizofrenia y pasaba temporadas internada, durante las cuales escribía textos poéticos profundamente perturbadores. Un día se arrojó por la ventana de su apartamento. En su obra El hombre jazmín, escribió:
“En el fondo del dolor hay una flor que no se abre para nadie.”

Naima El Bezaz (1974–2020) fue una voz valiente que desafió tabúes sobre religión, género y migración. Su vida estuvo marcada por una lucha constante contra la depresión y las amenazas derivadas de sus obras polémicas. Se arrojó desde un sexto piso.

Escribió: “La felicidad es una enfermedad que no todos pueden soportar.”

Sarah Kane (1971–1999), revolucionó el teatro contemporáneo con obras que exploraban el dolor, la violencia, el amor absoluto y la desesperación. Su vida estuvo atravesada por una depresión profunda que se reflejaba en sus textos. Tras un intento previo con pastillas, finalmente se ahorcó en el hospital donde estaba ingresada. En su obra póstuma escribió:

“Es posible amar sin confiar, pero el amor sin confianza es como un cuerpo sin alma.”

Qiu Miaojin (1969–1995), fue una figura pionera en la literatura lésbica en chino, conocida por su estilo experimental y su exploración de la identidad sexual. Su vida estuvo marcada por una profunda sensibilidad artística y una lucha constante contra la depresión. Se suicidó con pastillas, pero nos dejó frases así:
“El suicidio. Esta vez lo elijo no porque no pueda vivir con el sufrimiento, sino porque amo la vida apasionadamente.”

Como se puede ver, son muchas las voces que se apagaron antes de tiempo, muchas las almas desoladas que encontraron en la muerte la única salida posible. No me quiero ni imaginar qué tormentas emocionales habrán atravesado en ese último instante de sufrimiento invisible.

Hoy quise recordarlas, por la oscuridad que las consumió, por la luz que nos dejaron. Que su memoria nos invite a reflexionar sobre la fragilidad humana y nos recuerde que, a menudo, quienes parecen más fuertes llevan un peso que son incapaces de cargar solos. 

Mirémonos más a los ojos. 

Fijémonos en el otro, en sus heridas antes de que la sombra los consuma por completo.

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