Neri ya no vive conmigo, vive en mí. Por siempre. Para siempre.

Me falta su peso tibio sobre mi regazo, la inocencia de su alma y la pureza de un cariño incondicional que superó al que me devolvió la mayoría de las personas que conozco.

No rezaré por ella, pues descansa entre las almas sin pecado, en ese lugar reservado para las criaturas que nacen sabiendo amar.

Querida gatita, cuando el tiempo nos reúna de nuevo en la eternidad, corre hacia mí: nos sentaremos juntas, a la orilla de la misma paz.

Serás la mejor bienvenida.