Nuestro yo puede ser un abrigo cálido que aprieta, como un abrazo que duele.
O viento: nos despeina pero nos impulsa hacia horizontes sin nombre. 
Puede ser mapa de rutas ya trazadas, o brújula que nos orienta en lo desconocido, confiando en nuestro instinto.
Como invernadero de cristal: nos protege pero no nos permite sentir el aire.
A veces, es la llave en la cerradura: si cambia de forma, ya no gira... Y otras, la puerta abierta: no nos encierra, porque confía en nuestro regreso.