Hay despedidas que no se dan, pero se sienten. 

Empieza a borrarse su rostro, su voz, su luz... 
Como si la memoria se resistiera a soltar, 
pero tampoco pudiera retener del todo.

Y así los días pasan, 
la ausencia te acompaña, 
el silencio te habla, 
y, sin darte cuenta, 
aprendes a convivir con la ausencia.