El 1 de enero de 1988 escribí:
Hoy y siempre,
cada sonrisa que doy,
la pierdo.
Desgraciadamente, ya en aquel entonces conocía el desgaste emocional que suponía el acto de sonreír...
La sonrisa debería servirme de herramienta de conexión, sin embargo, no suele provocar ningún efecto positivo en mi vida.
No importa cuánto lo intente, nada cambia, nada mejora.
Solo me desgasta.