Cuando llego al trabajo, me reciben decenas de estos pajaritos madrugadores. 

No hay micrófonos, 

ni hay aplausos, 

ni hay partituras...

pero sus vocecillas me ofrecen un concierto especial.

Trinos suaves se elevan y se abrazan en el aire.

Yo me detengo simplemente para escuchar el espectáculo milagroso, robándole unos minutos a la prisa.

Mientras haya árboles que sostengan pájaros y oídos que sepan escucharlos, el mundo seguirá teniendo música.

Existe belleza que, simplemente, ocurre.