El hastío llamó a la puerta de la desidia. Esta lo recibió con un bostezo y le sirvió café frío en una taza agrietada por el aburrimiento.
Observando la escena, la indiferencia suspiró en un rincón. Tedio, de rostro lánguido, cambió de postura, mientras la monotonía, arrastrando los pies, contaba las baldosas del suelo por enésima vez.
Viejos amigos que ya no tienen nada que decirse.