Onironauta
Se acabó la esperanza, solo percibo un adiós eterno crepitando como una rama seca; un enorme charco reflejando el cielo gris y humedeciendo este lahar que agoniza dentro en mí…
Expulsada del edén, ahora viajo como polizón, con una brújula que siempre apunta hacia otro norte. Ya no deshago mi maleta, por si este no fuera mi último destino y tengo que saltar de nuevo de un vagón en marcha, dejando apenas el rastro de mis dedos sobre el vaho del cristal.
La vida es un libro que escribo sobre la marcha, un camino que se abre paso en el granito a golpes de maza, lanzando esquirlas que sepultan ese deseo de que en mi ventana luzca constantemente el sol.
Ya no recogeré más crebas que la marejada arroje. He aprendido que no todo lo que permanece varado en la orilla merece la pena; que sea el oleaje quien decida su destino. Yo seguiré siendo el espejo que devuelve una imagen que no siempre gusta. No me odian a mí, odian lo que ven en él: se odian a sí mismos.
Agujetas en el alma…
Mientras, la espuma te nombra y tu fantasma entra a tientas en el santuario de mis recuerdos, tañendo las cuerdas del dolor. Me arranca costras viejas y siento el daño, pero sigo viva; levanto aprisa barricadas y cavo trincheras, donde la justicia sigue en barbecho.
Y siento el frío...
Aguardo el deshielo que provocan tus ojos, encañonándome.