Se rompieron sus paredes, pero no los lazos.

Las calles se volvieron torrentes y los hogares, barcas a la deriva arrastradas por el fango… Pero en medio de esta tragedia, emergió algo inquebrantable: la unión y la fuerza de los que no se rinden.

Agradezco a quienes me preguntaron por mis familiares. Por suerte, todos están bien, y es que, de momento, su zona no se vio afectada. Pero mi pensamiento está allí, en esas tierras anegadas por la desolación, en esas familias que perdieron todo menos el coraje de seguir viviendo. Se levantan con el ánimo firme para limpiar y reconstruir su existencia. Gracias a ellas, la adversidad se transformó en un poder sobrenatural impulsado por el latido de miles de corazones trabajando en sincronía.

No olvido a esos que aún no han sido encontrados y que tanto nos duelen a todos. Ni a los que extienden su mano para ayudar a un desconocido, o quienes brindan auxilio a los animales que han sobrevivido. Mi más sincero agradecimiento a cada vecino que, con su solidaridad, ofrece lo mejor que tiene sin esperar nada a cambio.

Sí, hoy quiero rendir un homenaje a quienes miran a su alrededor y se convierten en el apoyo, el consuelo y la ayuda que otros necesitan… Porque las aguas se llevaron sus pertenencias, pero no su humanidad.

A los que han visto desaparecer todo en esta riada, les envío mi más cálido apoyo. Que la esperanza les guíe en estos momentos difíciles. Estoy convencida de que reconstruirán no solo sus hogares, sino también sus sueños.