Suelo pasear en bici. El aire salado del mar acaricia mi rostro. Me detengo para apreciar unas barquitas que se balancean mecidas por las olas. Todo ello compone una imagen de gran serenidad, y yo, como observadora, grabo cada detalle en mi retina.

Aunque en momentos así puede parecer que me desconecto, la realidad es otra: me siento muy en sintonía con mi entorno. Es un instante de introspección que me permite ser más consciente de mí misma, como si una vibración interna, una energía invisible recorriese mi ser.

Mi ciudad nunca deja de sorprenderme. Me siento agradecida por este maravilloso escenario.


El agua acuna

la barca atada al muelle.

La brisa ayuda.