Hace muchos años hice una reflexión que sigue vigente:

“Marchando una de lameculos, enchufados y trepas”.

Los enchufados tienen brillo: caen bien a todo el mundo, hacen todo perfecto, les felicitan por cualquier cosilla y lo suyo siempre es mejor que lo de los demás. Si llegan tarde no pasa nada, y si no aparecen, sus razones tendrán. Tienen suerte y lo saben. Todos quieren saludarlos y arrimarse a ellos. Ellos lo notan.

Cuando hablan en público son escuchados con atención. Todos están de acuerdo con ellos y hasta les aplauden. Nunca cometen errores, y jamás protestan por nada ya que no tienen motivos, pues solo se les ofrecen cosas de su agrado.

Tienen una aureola de éxito muy visible. Su presencia es fundamental en cualquier parte. Siempre están de buen humor. Optimistas, tranquilos, rebosan confianza en sí mismos. Desconocen el miedo. Hablan mucho de sus amigos y familiares. Lucen una eterna sonrisa en los labios y caminan firmes con un paso siempre ascendente.

Necesitarían verse sin tanto ornamento, para que tuvieran su autoestima más ajustada a la realidad y aprendieran a respetar a quienes consiguen las cosas con esfuerzo. Pero no, no salen de su zona de confort, como no sea para refugiarse en otra mejor.

Otra característica suya es que cuando se encuentran con alguien superior -lo cual no es tan difícil- que osa no hacerle reverencias, se ponen nerviosos e intentan aislarlo o pisarle el cuello. Como son incapaces por sí solos, buscan aliados -normalmente lameculos y trepas de ética similar- para intrigar en pandilla.

Así que, cuando tengas que odiar a alguien, que no sea al que ha conseguido las cosas con su esfuerzo. Céntrate en esta fauna, que es la que ha robado tu oportunidad.