Jardineros de nuestras vidas


La envidia ajena es la maleza que entierra sus raíces afiladas en el jardín de tu vida. Una planta invasora que se propaga descontroladamente hasta asfixiarte. Si no te das cuenta a tiempo, serás devastado.

Necesita la comparación constante. Para la zarza envidiosa, cada logro de su víctima es un doloroso hachazo. Sus flores son mohínas como el resentimiento, los celos, el rencor y la inseguridad que las engalana. Sus espinas envaradas siempre están prestas a herir, y su fruto, que destila un zumo ponzoñoso, se enrarece ante la felicidad de los demás.

Siempre me pregunté por qué el envidioso anhela las cosas de los otros por insignificantes que sean. Hoy sé la respuesta. No envidia a la persona por todo lo bello que tiene, hace o es, sino la alegría que esta experimenta al disfrutarlas. Por eso, el envidioso es territorial, desea la ruina de los demás y siempre está al acecho, desatando rivalidades.

¿Cómo erradicar esa zarza? Arráncala de cuajo. No la alimentes. Y, sobre todo, despójala de tu luz.